Rechazado en vida, terminó traducido a más de treinta idiomas. Un clásico argentino.
Patricio Lóizaga. ESPECIAL PARA CLARIN
El caso de Manuel Puig resulta curioso, paradójico, en cuanto al reconocimiento de su obra y de su trayectoria, y no deja de inscribirse en una triste tradición argentina de subestimación y resentimiento que padecieron desde Arlt y Borges hasta Piazzolla y Kuitca.
A quince años de su muerte, que se conmemoraron el 22 de julio, el escritor y catedrático Mario Goloboff ha planteado que se produjo un verdadero viraje que implica un antes y un después en el reconocimiento de la dimensión de Puig, como consecuencia del seminario realizado hace un mes en la New York University, con apoyo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y de la Universidad Nacional de La Plata. Tesis doctorales, filmes, videos, traducciones a más de 30 lenguas que incluyen el chino, el indio, el japonés, el checo, entre otros, ponen en evidencia el enorme interés que despierta la obra del autor de Boquitas Pintadas. Y el reconocimiento de un cambio revolucionario que consiste en reconstruir las voces populares con jerarquía de discurso literario.
La paradoja estriba en que desde hace mucho tiempo el mundo académico viene desarrollando un aparato analítico de su obra, de creciente complejización interpretativa, con libros completos consagrados a poner en valor la obra de Puig. En la Argentina hay notables trabajos de José Amicola, considerado el mayor exégeta de Puig, Alan Pauls, Julia Romero, Alberto Giordano, Roxana Páes, Olga Steimberg, Tununa Mercado, Jorge Panesi, entre otros, y Graciela Goldchuk, curadora del Archivo Digital Puig, que contiene 12.000 piezas manuscritas y que constituye un modelo de custodia de documentos de la producción de un escritor que se logró con la tenacidad de su hermano Carlos Puig.
Sin embargo hay que recordar que Puig tuvo dificultades para publicar su primer libro, La traición de Rita Hayworth, que se vio obligado a exiliarse, que sus libros fueron prohibidos en la Argentina y que la crítica, inicialmente, excepto Piglia, no lo supo leer. Tomás Eloy Martínez recuerda que Puig suponía que "los críticos argentinos tanto en los medios de prensa como en la universidad consideraban su obra como un artificio menor, destinado no a perdurar sino a ser consumido y olvidado por el mercado". Uno podría argüir que el propio Puig tenía una mirada negativa si advierte que varios de los trabajos antes citados se produjeron antes de la muerte de Manuel, el 22 de julio de 1990. Hoy podemos enumerarlos, pero eso no impide que el año pasado en el Congreso de la Lengua se hayan dado debate y comentarios privados donde se oponía de la idea de perfectibilidad del lenguaje en autores como Saer, Tizón o Aira, al discurso de Puig. El jueves pasado Mario Goloboff señalo en el Centro Borges, en el marco de una conferencia sobre las conclusiones del Seminario Puig de New York: "Ideas como la del iletrismo de Puig, la de su escritura espontánea, la del escritor por azar, la del cineasta fracasado y volcado casi por accidente a la literatura, la de su frivolidad cultural y literaria, la de su ingenio, y hasta que tuvo éxito porque estaba especialmente dotado para las relaciones públicas, en fin, las que hacían ver en él un crudo, arribado casi a contramano del bien encaminado y cocido campo literario, fueron puestas en tela de juicio y finalmente desbaratadas en New York". Graciela Goldchuk presentó varias piezas manuscritas que demuestran fehacientemente el trabajo de laboratorio de escritura de Puig. Asimismo se señaló, en ese mismo seminario, la dimensión política de la obra de Puig. Solo como ejemplos hay que advertir que El beso de la mujer araña puede leerse como una extraordinaria crítica a la utopía capitalista y a la utopía marxista. En Pubis Angelical aparece un debate en el exilio sobre el contenido ideológico del peronismo y la que se considera una de las primeras menciones de la literatura (1978) a las madres de la Plaza de Mayo.
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